Prensa Libre, 15 de febrero de 2008
Sotz’ significa murciélago en kaqchikel. El murciélago es el nagual ancestral de los kaqchikeles. Actualmente podemos ver su figura tejida en la espalda y en las mangas de los sacos que usan los hombres en el municipio de Sololá, en el Lago de Atitlán. Un grupo de jóvenes de El Tablón, una aldea de Sololá, se organizó, desde hace siete años, para investigar las raíces de su cultura kaqchikel y difundirla. El nombre del grupo es Sotz’il. Decidieron que el proceso de conocimiento y recreación del pasado lo harían a través de la danza, la música y el teatro.
El grupo está formado por 13 jóvenes, 12 hombres y una mujer. Representan las 13 energías del Cholq’ij, el Calendario Sagrado Maya. Tuve la suerte de asistir a una de sus magníficas presentaciones, en Antigua Guatemala. Sotz’il volverá a presentarse en esa bella ciudad colonial en marzo.
Desde ya les recomiendo, estimados lectores (as), que no se lo pierdan. Recuerdo que fue una noche, hace algunos meses, en el Hotel Santo Domingo, cuando fui espectadora de La Danza de los Nahuales. A esta danza yo le llamo “una admirable evocación de una danza maya prehispánica”. Los tambores resonaron en las paredes de piedra del salón. Sentí que su ritmo era un eco del Corazón de la Tierra. Los bailarines saltaron al escenario encarnando al venado, a la serpiente, al jaguar. Los movimientos de sus cuerpos eran tan fieles a los de los animales que representaban que parecían estar poseídos por ellos. Los pitos de barro, los pitos de caña, los timbales de barro alivianaron mi espíritu y me transportaron hacia atrás en el tiempo. Sentí una extraña sensación corporal.
Me fugué por un umbral con forma de arco maya. Me vi, inesperadamente, entre una muchedumbre en una plaza gigantesca. Supe que conmemoraban el cierre de un katún. El ciclo de 20 años, o sea, siete mil 200 días. ¡Todos mirábamos embelesados la misma Danza de los Nahuales! Un tamborazo me trajo de nuevo a la realidad. El glifo de la danza maya surgió en mi mente. Recordé que cuando se descubrió ese glifo, fue como si se encontrara otra pieza del misterioso rompecabezas que buscamos para armar su milenaria cultura. Desde entonces, se sabe que los gobernantes y los nobles danzaban ritualmente para pedir a sus dioses por la vida de sus pueblos. La danza era sagrada para el maya antiguo. Los bailarines la realizaban en un estado agónico por el ayuno y el autosacrificio. El maya se pinchaba distintas partes del cuerpo para esas ocasiones. La sangre que derramaba era una ofrenda para sus dioses. La danza no era una representación, sino una experiencia directa. Era como un conjuro mágico destinado a provocar en los bailarines y espectadores un estado de éxtasis que los unía con las fuerzas del Universo. Esa misma sensación me provocó la Danza de los Nahuales ejecutada por el grupo Sotz’il esa noche.
Cuando terminó la presentación, busqué a los artistas para felicitarlos. Sin la máscara, con el torso desnudo y sudoroso se acercó a mí, con una amable sonrisa, Leonardo Lisandro Guarcax. Lisandro es el coordinador del grupo donde la mayoría de artistas son menores de 20 años. Conversamos brevemente. Lisandro me contó que conocen piezas musicales que se tocan en una marimba simple, pito y tambor y se remontan dos siglos atrás. ¿Las han grabado? “No”, respondió. ¿Por qué? “Porque los ancianos de la comunidad no nos lo permiten todavía. Tenemos que cumplir nuestro primer ciclo de 13 años de vida como grupo. Debemos demostrarles nuestro compromiso y agradecimiento por permitirnos ser portavoces de sus enseñanzas”.
¡Qué bien! Más que un “yo soy”, esos jóvenes están aprendiendo lo que logró el maya antiguo: “ser de todos”, pensé. Por eso, el maya pudo habitar la selva y transmitir sus conocimientos durante generaciones. Sólo ese sentido de continuidad entre la misma comunidad construye a un hombre o a una mujer total. “¡Esa es la misma fuerza del grupo juvenil Sotz’il!”, agregó el Clarinero. [email protected]